9 de junio de 2015

No eres tus experiencias: Dejar ir el pasado


Corría el año 1992 cuando la psicóloga estadounidense Emmy Werner se interesó por una capacidad especial que tan solo algunas personas desarrollaban. Ni corta ni perezosa, se dio a la tarea de estudiar a 698 niños que vivían en Kauai, una de las islas del archipiélago de Hawái.

Todos esos niños sufrieron privaciones económicas pues provenían de familias pobres pero un tercio lo pasó aún peor ya que crecieron en el seno de familias disfuncionales. Después de 30 años, muchos de esos niños, ya convertidos en adultos, desarrollaron diferentes problemas psicológicos y sociales, se comportaban de manera más agresiva e incurrían en la delincuencia.

Sin embargo, uno de cada tres niños no solo no desarrollaron ningún problema mental sino que además, mejoraron su condición y se convirtieron en personas emocionalmente estables. Estos niños se transformaron en adultos competentes, confiados y solícitos para con los demás.

Esta fue la primera investigación que se realizó en el campo de la resiliencia pero no fue la única, le siguieron diferentes estudios y todos mostraron lo mismo: mientras unas personas sucumben ante la adversidad, otras se fortalecen y crecen. El pasado puede simplemente una carga que arrastremos o, al contrario, puede convertirse en una fuente de experiencia que nos motive

a cambiar.

La ley de causa-efecto: Una mentira que nos mantiene atados al pasado

La mente occidental está profundamente mediatizada por la ley de causa-efecto. Se trata de una ley universal, que prácticamente todos conocemos y que aplicamos de forma automática cada vez que pensamos. Según esta ley, todo lo que ocurre en el presente tiene una causa en el pasado. Por ejemplo, si tenemos un resfriado es porque hace tres días nos expusimos al frío. Si una persona está deprimida es porque ha vivido determinadas situaciones que la han llevado a ese estado.

De esta forma, todo es explicable en base al pasado. Sin embargo, lo cierto es que una persona también puede enfermar porque en su futuro hay algo que la disturba y que desea evitar. En este caso, el cuerpo y la mente han estado determinados por el futuro, no ha sido la causa la que ha determinado el efecto, sino más bien el objetivo.

Si seguimos a rajatabla el principio de causa-efecto, tendríamos que asumir que el pasado es más fuerte que nosotros, que determina inexorablemente nuestro presente. Sin embargo, en vez de dar por hecho que algunas cosas simplemente existen porque siempre han existido, en vez de buscar respuestas en el pasado, a veces deberíamos mirar más hacia el futuro.

Se trata de un cambio de perspectiva radical, que asusta a muchos, porque de esta forma el futuro adquiere protagonismo, aprendemos a centrarnos en el objetivo, más que buscar excusas en el pasado para mantenernos en la zona de confort. De esta manera, cualquier cosa que hayas sido hasta este momento, forma parte del pasado y no tiene por qué determinar tu presente o tu futuro.

Por supuesto, dejar de pensar en términos de causa-efecto no implica que el pasado se borrará, este continúa existiendo, pero le restamos poder, le impedimos que controle nuestro futuro.

Hoy lo mismo que ayer, mañana lo mismo que hoy

Para comprender la enorme influencia que ejerce el pasado sobre nuestra vida cotidiana, basta pensar en la forma en que tomamos decisiones. Cuando nos encontramos en una situación confusa, lo primero que hacemos es mirar al pasado, en la búsqueda de situaciones similares, para copiar la respuesta que ya hemos dado.

Cuando llegamos a un punto de bifurcación, en el que debemos tomar una u otra dirección, derecha o izquierda, lo primero que hacemos es mirar hacia atrás, al pasado, como si este pudiese indicarnos el camino. Es algo que hacemos todos los días, y cada día solemos elegir la vía que ya conocemos, la misma que recorrimos ayer, por simple inercia.

Es cierto que de esta manera podemos ahorrar mucho tiempo y recursos pero, a la misma vez, adoptar una solución del pasado implica limitar el universo de nuestras posibilidades, implica mantenerse en la zona de confort, donde nos sentimos seguros pero no crecemos.

Cuando miramos hacia el pasado para elegir, nos limitamos a confirmar el mundo que ya conocemos. Sin embargo, si nos atrevemos a liberarnos de su influjo y elegir algo diferente, tenemos la posibilidad de cambiar, podemos desafiar la adversidad y crecer.

El pasado como palanca para construir el futuro

El pasado existe y, de cierta forma, ha contribuido a que seas la persona que eres hoy. Sin embargo, eso no significa que deba seguir condicionando tus decisiones y tu vida. El pasado te ha permitido acumular experiencias pero tú no eres únicamente tus experiencias. De hecho, somos mucho más que una historia, porque lo verdaderamente importante son las potencialidades que tenemos en nuestro horizonte.

De hecho, la verdadera grandeza de los niños de Kauai radica en que lograron comprender que sus experiencias infantiles no tenían por qué determinar su futuro. Esos niños no usaron su pasado como molde para seguir tomando decisiones sino que lo convirtieron en una palanca para impulsarse y construir un futuro mejor.

Cuando te das cuenta de que el pasado no tiene por qué ser determinante en tu futuro, cuando aprendes a tomar decisiones motivado por lo que realmente deseas y no por lo que se supone que debes hacer, simplemente porque lo hiciste ayer, se abre ante ti un universo prácticamente infinito de posibilidades. Solo hay que tener el coraje para explorarlo y sacar lo mejor de ti a la luz.



Fuente:
Werner, E. (1993) Risk resilience and recovery: Perspectives from the kauai longitudinal study. Development and Psychopathology; 5: 503-515.







http://www.rinconpsicologia.com/2015/06/no-eres-tus-experiencias-dejar-ir-el.html

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