15 de mayo de 2015

El Sosiego


¿Cuántas veces nos sentimos abrumados, tensos, inquietos, privados de calma y sosiego interior? ¿Cuántos momentos oportunos perdemos cuando estamos conflictuados, apesadumbrados y quejándonos por cosas, que si realmente las observáramos desde otra perspectiva, no tendrían tanta importancia como aquel poder que le estamos dando? ¿Y los estados de disfrute…acaso nuestra energía no queda oprimida ante la imposibilidad de fluir naturalmente por todos los canales del cuerpo cuando experimentamos una gran fatiga o agobio?

¿De dónde proviene todo ello? ¿Qué sucede dentro de nosotros en el día a día? ¿Qué buscamos, qué nos motiva? ¿Con qué ojos contemplamos la Vida?

Sometemos nuestro cuerpo físico, mental y emocional a excesivos niveles de estrés, aceptando y naturalizando muchas veces los ritmos acelerados, quitándole calidad a los instantes, a sentir lo simple, a quedarnos quietos y disfrutar de conectarnos con los sentidos, con una mirada serena, con un silencio profundo que nos envuelve en la calma, con la sensibilidad del contacto, con la exquisitez de los aromas, con la magia de lo invisible. Decide presionar el botón de STOP y recomienza de nuevo.

Nuestra naturaleza humana contiene en sí la fuerza necesaria para transformar y darle luz a ésa y cualquier otra realidad, y alcanzar así, la claridad suficiente para decretar un cambio determinante, un corte abrupto, para transitar un andar más paciente y compasivo. Cambios que emanan de la convicción, de la confianza, de la comprensión creadora que habita en cada Ser Humano.

En el andar cotidiano, si no estamos atentos a la vida, suele pasar que los deseos de la personalidad se agitan, y aturden tanto que nos divorciamos de nosotros mismos. La mente se vuelve hiperactiva y con ella todo es un

constante diálogo interno, que no cesa, un permanente hacer… los días se viven como un juego de ping pong, donde nos movemos con tensión y rapidez. Un poquito de cada cosa, salpicando la vida con fugas de intensidad, donde los momentos quedan teñidos bajo el manto de la superficialidad, pasan uno tras otro, y tal vez al caer la noche ni recordamos cuál fue la primera sensación que nos despertó a un nuevo día.

Cuando no nos detenemos a preguntarnos por qué lo hacemos, con qué sentido y qué propósito tiene todo eso, el sentido de la vida se nos fuga como las moléculas de un gas que se pierden al abrir el envase que los contiene. Ante este estado de vacío, nos ponemos más detallistas con todo lo que nos falta, en lugar de generar un agradecimiento pleno por todo lo que nos trajo hasta el presente, por aquello que somos, por nuestras virtudes, valores, y no alcanzamos a ver el millar de posibilidades que pasa ante nuestras narices, nos perdemos de vivirlas, experimentarlas y compartirlas a diario con los demás.

Así pues, se nos exige que seamos productivos, bonitos, jóvenes eternos y exitosos, se nos educa en un apego a las formas, pero no a los contenidos esenciales; establecen fórmulas sobre qué tenemos que pensar, pero no cómo pensar, observar, sentir y crear nuestros días, nuestros momentos.

En esta nube de espejos, de supuestas realidades convincentes, nada es más lejano y distante que la Verdad. Una Verdad que se encuentra, sólo si miramos con los ojos despojados de modelos y sistemas, de ataduras y restricciones.

La vida de hoy se mueve a una loca velocidad y nuestra mente vive perturbada entre la ansiedad y la preocupación, nos invade la ambición de un trabajo más redituable, para consumir más bienes materiales o servicios y crearnos la ilusión de un status, lo que nos lleva inevitablemente a auto-generarnos un círculo vicioso de Hacer para Tener. Así, elSer queda flotando en el vacío sideral y no logra anclarse en la frecuencia de los días, en aquello que nos hace conscientes de lo cotidiano, en aquello que nada tiene que ver con lo material, sino con la frecuencia del Espíritu, con la llama viva que enciende a la Vida, con las emociones que despiertan al Amor.

Vivimos en un estado de externalización permanente, buscamos todo el tiempo alcanzar la felicidad, la dicha, la libertad… pero en este circuito febril de búsqueda incesante de ocio o relajación ficticia, no alcanzamos a obtenerla debido a que vivimos haciendo culto al bienestar, pero no buscamos la plenitud en sí, lo eterno, lo profundo, porque nos quedamos atrapados en el brillo, y no nos desafiamos a conocer la verdadera esencia de las cosas.

El necesario quebrantamiento de los viejos condicionamientos, que nos mantienen en una vorágine de exigencias y obligaciones, en el afán por el alcance de estereotipos socioculturales idealizados en elglamour del mundo del consumo, es uno de los primeros retos para lograr abrazar ese auténtico y genuino estado de calma interior.

Cuando lleguemos a ubicar el dial de nuestra emisora interna en sintonía con la voz tenue y acertada del Alma, alcanzaremos el desafío que todo Hombre contemporáneo tiene para religar dentro de sí la fuerza vital de su corazón y ascender los impulsos latentes de la personalidad a la sutileza del Alma.

La posibilidad de gravitar la Paz nos permite encontrarnos en un profundo y trascendente estado de consciencia, de quietud y confianza interior, que nos involucra en una conexión tan cercana e íntima con el hilo de nuestra existencia, con el aliento de la Vida misma, que nos dispone a un estado de suma atención con cada parte de nuestro Ser.

El arte de parar aparece como contraparte necesaria para comenzar a detener primero el cuerpo físico, e ir poco a poco más allá, aquietar las aguas emocionales y la densidad brumosa de la mente. Al disponernos y entregarnos a este exámen con nosotros mismos, aparece la necesidad de encontrar caminos y herramientas para alcanzar el sosiego interior.

El cultivo del paraíso es una labor de valientes, de aquellos que tienen el anhelo de la trascendencia, de lo desconocido, de la integración de mundos, de la esperanza y la fe puestas al servicio de la purificación planetaria.

Desde ya, la intermitente pulsión de estímulos en la periferia, es la primera y gran dificultad, pero si nos desafiamos a sobrepasar este umbral, la voluntad y enfoque nos conducirán hacia el núcleo que contiene la perla de transformación.

Trabajar conscientemente, paso a paso, nos permitirá llegar a las distintas estaciones para viajar de una mente saturada, ávida, creadora de dificultades y desvalorizaciones, de problemas que tal vez ni existen en lo real, pero los inventamos en nuestro laboratorio viviente, a una mente clara, comprensiva, generosa y compasiva, capaz de conectar con la imaginación creadora y evolutiva.

En este viaje, cada estación o estadío, nos brindará desafíos y oportunidades, cambios, el despeje de las emociones, el vislumbre de la conciencia, el poder sagrado y potenciador que contiene el corazón y su capacidad infinitamente grande de amar.

Entonces, ¿ cómo llegamos a esto?

Desde hace más de 10.000 años, los orientales ya habían puesto sus ojos en estos temas y muchos Maestros enseñaron diferentes herramientas para transitar el camino de la transmutación interior, desde el cuidado del cuerpo físico al alimento correcto de los cuerpos sutiles. Trabajaron según al rayo que pertenecían y continuaron con la transmisión de las enseñanzas de Maestro a discípulo, que llegan hasta nuestros días. Pensar en los egipcios, los hindúes, los tibetanos, los budistas, cada una de estas culturas nos aportó el aprendizaje de desarrollar el fuego, la concentración, para purificarnos hasta alcanzar la iluminación como meta más elevada.

Podríamos decir que la relajación profunda es una, el tronco del árbol y de él salen tantas formas y técnicas distintas como ramificaciones pueda dar. Ninguna inválida a la otra, sino que se complementan y nacen de un tronco común.

Así como el Buda nos legó estas enseñanzas, siglos más tarde el Cristo descendió para sembrar en el corazón de cada Ser Humano, la célula crística de Amor -Sabiduría. Esa célula que como humanidad todavía no hemos podido despertar y que anhela en silencio ser activada.

Cómo no prestar atención a tantas verdades, a tan inmensa luz, al amor compasivo y generoso que se nos ha entregado, que aún se mantiene en estado de latencia porque vivimos excitados por lo externo, y nos invaden más los estados de egoísmo, de frialdad, de soberbia, de enojo, de frustración, de sufrimiento, entre tantos otros etcéteras y etcéteras, y que inevitablemente nos desgastan, nos consumen y nos corren de lo esencial.

Somos el cuarto reino de la naturaleza y se nos ha otorgado un regalo extraordinario: el lenguaje para comunicarnos y la conciencia para comprender la evolución, expandirnos y transmutarnos. Seres que albergamos la llama de un Amor consciente, capaz de purificar, iluminar, sanar y servir.

Elijamos detenernos, para recomenzar de nuevo. Limitarnos a lo conocido, es un sacrilegio con uno mismo. Así que podemos decidir apretar STOP e invitarnos a conocernos desde otros modos y lugares, renovar los espacios internos y darles la oportuna gratitud para ser resignificados a la luz de la conciencia y la nobleza del corazón.

Nuestro tiempo es ahora, y tenemos el presente para tomar la decisión de hacernos presentes, de viajar hacia la Paz. Sincronicemos los relojes internos a la velocidad de la vida, para sintonizar con la Naturaleza creadora y habitar nuestros días con mayor serenidad, para germinar la necesaria conciencia de Paz y Amor.

Descubramos aquellas huellas que nos conducen a una existencia plena y feliz.

Lic. Jimena Rodríguez




https://periodismodelalma.wordpress.com/2015/05/06/el-sosiego/

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