22 de febrero de 2015

Redescubriendo al ser humano

¿Qué es el humanismo? ¿Qué es lo que nos hace humanos?


Las Ciencias han estudiado al ser humano y las culturas como piezas museísticas, entendiéndolas como algo cerrado, anclado en el tiempo y, sobre todo, muy distantes entre sí. Hoy, sabemos que lo que la raza humana comparte es, precisamente, nuestra necesidad de necesitarnos cerca.

Paul Bohannan, antropólogo, en su libro “Para raros, nosotros”, cuenta:

“En 1950 me encontraba haciendo trabajo de campo entre los tiv de Nigeria Central. Una tarde, un tiv regresó de bañarse en el rio local. Metió la cabeza en mi cabaña para decirme que ya había vuelto. Le pregunté qué había pasado. Me contestó: “No mucho. Se ha ahogado un hombre”. Inmediatamente expelí: ¿Qué? ¿¿Ahogado??

- ¿Conoces el lugar del río donde el fondo cae de golpe? Bueno, era extranjero. Perdió pié, y no sabía nadar.

- ¿Nadie le salvó? ¿No intentaste tú salvarlo?” (Yo sabía que era un gran nadador)

La respuesta fue demoledora: “No era mío”

Entendí perfectamente lo que quería decir. Los tiv se toman molestias para prestar algún servicio a sus parientes, pero no cualquiera. Me encontré odiándole a él y a sus valores porque me habían enseñado a pensar que una

vida humana es una vida humana, sin importar de quien sea. Pensé -y sigo pensando- que no le hubiese costado demasiado rescatar a aquel extraño.

Mujer cocinando, pclvv

Una semana más tarde, cuando estaba hablando con el mismo ayudante sobre la familia tiv, mencioné que no veía a mi madre desde hacía casi cinco años. Me miró horrorizado: “¿Quieres decir que no vas a tu casa a ayudar a tu madre?” Intenté decirle que nos escribíamos, que nos manteníamos en contacto, que ella no necesitaba mi ayuda. Mis explicaciones no sirvieron de nada, estaba tan ultrajado por mis valores como yo por los suyos. Después de considerarlo una y otra vez durante años, todavía creo que los míos son mejores. Sin duda él sigue creyendo que los mejores son los suyos.”

Gracias a la antropología, nuestros esquemas se derrumban. ¿Qué es más lícito? ¿Qué es lo natural, lo normal? ¿Lo moralmente correcto?

En un principio, no cabían las dudas: estudiamos a los primitivos para saber los orígenes de nuestras culturas occidentales evolucionadas (a mejor, por supuesto) Escudriñamos otras culturas con gran objetividad y rigurosidad, como manda la neutralidad científica: sin suspiros, ni sonidos, ni emoción. O sea, sin personas. Lo importante es el objeto a estudiar, el átomo: una cultura pura raza, originaria, grotesca y pintoresca, lejana y aislada. El análisis bajo lupa, y en categorías: lo biológico, lo económico, lo religioso, lo político… El mensaje a divulgar, casi siempre el mismo: Nosotros somos los civilizados individualistas tecnológico-racionales, que nos diferenciamos de los Otros salvajes y primitivos incivilizados.

Cara a cara, JR

Pero todo cambia. Parece que la religión, el capitalismo, la política y todo aquello que antes nos daba un sentido al mundo, una cosmogonía y una seguridad, hace tiempo que nos anda abandonando. Cada individuo está solo y desnudo ante el resto del mundo, y sólo nos queda una alternativa: asomarnos con humildad al mundo.

Es más, este sentimiento de soledad ante un mundo que se encoje, que acelera y que aísla, solo se puede entender comparándolo con el vacío cultural producido por el colonialismo impuesto en muchos lugares. Pero, en vez de acudir a la santería, por ejemplo, acudimos a Gran Hermano. O a lo peor, al fascismo, al racismo y a muchos otros “ismos” de miedo y odio.

Por eso, quizás sea hora de sobrepasar esa Ciencia cuantitativa y ver que que el ser humano y la cultura no es algo que funcione como los engranajes de un reloj, como aseguró Newton. Que, indagando en la sabiduría del ser humano veremos que durante toda nuestra existencia hemos entendido que hay muchas cosas de valor que no se pueden medir, y que no tienen precio, comenzando por la vida misma. Que somos porque los demás son.

Ejemplos hay y son múltiples: “Sumak kawsay” o “Suma qamaña” es, para los aymaras y quichuas, la vida en plenitud a través de la interacción entre la existencia humana y la natural. En el sur del Sahara, una persona con “Ubuntu” reconoce que existe porque los demás existen. Entre las tribus del norte de Natal, Sudáfrica, se saludan con un “Sawu bona”, te veo, y responden diciendo “Sikkhona”, estoy aquí. Los ancianos y ancianas de Irán, para saludar a alguien a quien aprecian, tapan sus ojos con sus manos y dicen “tú eres mis ojos”, y es que es bien conocida la hospital islámica o “diyâfa”. Tanto los inuit (esquimales) como los maoríes, cuando se encuentran y arriman sus narices, comparten algo más que un saludo: también comparten su aliento de vida, es el “kunik” inuit y el “hongi” maorí. Los daneses también prefieren compartir su bienestar “hygge” con su gente querida, una buena charla en el calor del hogar y en el de la amistad.

Todos juntos, Lamuran

Por eso, quizás sea hora de entender que los valores que tenemos, y el modo en que vivimos, no son los únicos en el mundo, ni mucho menos lo “natural”, y que, claro, tampoco pueden ser impuestos a la fuerza. Que la contribución al bienestar para toda la humanidad reside en conocer “todos estos sueños, ideas, inspiraciones, intuiciones de toda la raza humana. El gran legado de la humanidad; todo lo que somos y lo que podemos ser.” como bien dice Wade Davis al hablar de la “etnosfera”.

“Tat tvam asi”, eso eres tú, dice el hinduismo. Ante el Occidente positivista y objetivo que postula el dualismo (cuerpo/espíritu, sujeto/objeto, bueno/malo) las filosofías asiáticas abogan por la unidad del universo y aseguran que la realidad no es sólo ese estado impuesto por el racionalismo o la ciencia, sino también por el de la armonía del universo y la perfectibilidad humana y su serenidad mental: el chi, el yoga, el zen… El universo eres tú, y tú eres un universo.

Por eso, quizás sea hora de ver que ni el antropocentrismo ni el etnocentrismo llevan a ninguna parte. Que ahora, lo que prima son la humildad, la cooperación, el respeto, la comunicación… y el humanismo.

Un poco al modo de Edward Said, que en su libro “Orientalismo”, se preguntaba: “¿Se puede dividir la realidad humana? ¿Hay afuera?”
Por 
Portada: Lago africano, Lars Plougmann



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