19 de enero de 2015

Somos en comparación


Cuando uno piensa en sí mismo, como un individuo único y por tanto, distinto a todo y a todos los demás que le rodean, en realidad no hace más que reforzar su propia personalidad. Cada uno de nosotros tiene una propia imagen de sí mismo. Con “imagen” no me refiero tan solo a cómo uno se percibe que es físicamente sino también a cómo cree que es su personalidad en relación con el entorno. Es como una imagen “estática” de uno mismo, como si ya estuviera “diseñado” y donde se da por hecho que, día tras día, uno se levanta de dormir y sigue siendo la misma persona. A veces queremos cambiarnos a nosotros mismos, queremos “mejorar” algo que no nos gusta, pero siempre lo hacemos en relación a cómo somos hoy. Y nuestro “yo” presente, pensamos que lo conocemos perfectamente, creemos saber cómo es y cómo se comporta. Por ejemplo, piense en cuando alguien le propone el siguiente ejercicio: “defínase a usted mismo en pocas palabras”. A esto me refiero. Ahí pensará en su propio “yo”, tal y como cree que es.

Sin embargo… ¿y si le dijera que ese “yo” al que creíamos conocer profundamente, se define y está vinculado en su mayoría por el contexto relativo y particular que lo rodea? Por ejemplo, alguien que cree que es agraciado físicamente, en realidad lo es tan solo porque aquellos que le rodean parecen ser menos atractivos. O alguien que es alto, solo lo es en la medida que aquellos que le rodean son más bajos. O aquellos que se sienten poco afortunados lo son porque solo se fijan en personas que les parecen ser

más felices. Y así podríamos poner miles de ejemplos más.
Vivimos en sociedad. La interdependencia entre individuos es cada vez más acentuada. El ser humano, para subsistir, necesita de las demás personas. Hay quien dice que este rasgo es el que nos diferencia respecto de los animales. Por ejemplo, mientras que un chimpancé podría ingeniárselas para fabricar el solo algún “artilugio” con ramas de un árbol para alcanzar un trozo de comida, nosotros no disponemos del conocimiento ni de la habilidad para construir artilugios que utilizamos a diario. Piense por ejemplo en lo sencillo que parece un bolígrafo. ¿Podría usted solo obtener la tinta, el plástico y demás material necesario para fabricarlo? Nos resulta más cómodo que otros lo “fabriquen” por nosotros, cada uno en lo que esté especializado, y esto hace que nosotros podamos dedicar nuestro tiempo a otras tareas vitales.

Bien, nuestra individualidad queda claro que es hiperdependiente de la convivencia con los demás. Vayamos ahora a la siguiente cuestión. Como les decía, tendemos a pensar en los rasgos físicos y de comportamiento individuales como caracteres inamovibles que conforman nuestro “yo” (es el “defínase en pocas palabras”). Pero pensemos de nuevo, en el atractivo de las personas. Alguien resulta atractivo porque así lo dictan los cánones universales de la belleza (simetría genética y cultura) ¿o bien porque aquellos quienes le rodean son en realidad menos agraciados? O consideren la estatura de las personas. Alguien que mida 1,85 metros, pensaremos que es una persona alta. Y si esa misma persona juega a baloncesto, ¿por qué entonces decimos que esa persona no es alta? Este no es un ejemplo particular ni raro. Y es que la vida en sociedad no se define por momentos estáticos, o realidades “absolutas” donde el “yo” inamovible entonces tendría sentido. La vida en sociedad está plagada de vivencias donde nuestra realidad es relativa, siempre en “relación a”. En otras palabras: “somos en comparación”.

Dan Ariely, profesor de psicología y experto e investigador en “economía del comportamiento”, aporta el siguiente ejemplo: resulta que una empresa americana quería vender una máquina para hacer pan, pero fue incapaz de venderla al público. El público no entendía cómo funcionaba, y además el pan era un producto relativamente barato. ¿Por qué iban a hacerlo en casa? Alguien de la empresa pensó en sacar al mercado otro producto, una versión “deluxe”, un 50% más cara que la original. En este momento, la máquina que en realidad la empresa quería vender (la original) quedaba relegada como segunda opción, algo más barata y fácil de utilizar. El resultado fue que esta segunda máquina empezó a venderse considerablemente, pues los clientes tenían algo con qué compararla, que era la versión “deluxe” y que era mucho más cara. La empresa utilizó lo que en economía se conoce como “señuelo”: cuando uno puede comparar, la decisión o elección le resulta mucho más fácil. Decidimos pues “en comparación”.

Los que trabajan en marketing conocen un aspecto importante en la naturaleza humana: raramente elegimos las cosas en términos absolutos. Y como no tenemos un medidor de valor interno, que nos diga cuánto valen las cosas, entonces nos fijamos en la ventaja relativa de una cosa en relación con otra, y estimamos su valor en función de ello. Lo mismo ocurre con las teorías científicas, y hasta con las creencias de cada uno. Thomas Kuhnpor ejemplo, pensó que es muy complicado precisar lo bien o mal en que una teoría individual se ajusta a los hechos. Pero tiene un enorme sentido preguntarse cuál de las dos teorías que uno maneja y que están en competencia real, encaja mejor con los hechos. Y es que aprendemos a conocer “en comparación”.

A merced de la ciencia, también es interesante ver lo siguiente: los avances en el conocimiento de la física cuántica están demostrando que la materia y la energía no tienen una existencia independiente y anterior a la observación. Por tanto, toda la física cuántica se fundamenta en la información. En consecuencia, el componente esencial de la realidad es la información, no la materia ni la energía. ¿Y quienes comparten la información? Las personas que interactúan. En la mecánica cuántica, no se puede decir que algo exista o no, a menos que se haya realizado una medición, donde es necesaria la interactuación con los átomos. Vlatko Vedral dice al respecto que “…de algún modo, nuestra interacción con el mundo es fundamental para que surja el propio mundo”. La información crea la realidad, no la materia ni la energía. Y es que en física cuántica, se sabe que una partícula puede estar en distintos lados del hemisferio de la Tierra y sin embargo, verse afectada una por otra a pesar de la distancia.

Parafraseando a Dan Ariely, “La mayoría de personas no sabe lo que quiere si no lo ve en su contexto (…). Ni siquiera sabemos qué queremos hacer con nuestra vida hasta que encontramos a un amigo o un pariente que está haciendo exactamente lo que nosotros creemos que deberíamos hacer. Todo es relativo, y esa es la clave. Como un piloto de avión que aterriza en la oscuridad, queremos disponer de balizas a ambos lados que nos guíen hacia el lugar donde tomar tierra”. En los restaurantes muchas veces la presencia de un segundo plato muy caro en la carta aumenta los ingresos para el negocio, aunque nadie pida este plato. ¿Por qué? Si bien en general, la gente no quiere pedir el plato más caro de la carta, muchas veces sí pide el segundo más caro. De modo que al poner un plato muy caro (el “señuelo” del que hablaba antes), el restaurador atrae al cliente a pedir la segunda opción más cara, aumentando el margen de beneficio del restaurante.

¿Todavía sigues pensando que tu “yo” interno es un ente que funciona “a parte” del mundo que te rodea? ¿No crees que la opinión que tienes sobre tú mismo/a, sería otra totalmente distinta en el momento en que tu entorno, tus relaciones, tus comparaciones y ¡tu información! también cambiaran?

Swami Parthasarathy afirma que “El único placer real que da ganar algo es poder compartirlo”. Y es que el día en que piensas más en lo que recibes que en lo que das y compartes, todo deja de tener sentido, pues llegará un momento en que nunca te darán bastante. Si “somos en comparación”, deberíamos practicar el hábito de “dar”. “Porque dar, depende sólo de ti; recibir te pone a merced de los demás”.




http://ignasimeda.blogspot.com.es/2011/10/somos-en-comparacion.html

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