30 de diciembre de 2014

El océano y las olas



Quizá nuestro anhelo de completarnos por medio de nuestras relaciones acabe finamente por distraernos del encuentro íntimo en esas relaciones. Imagina a alguien que recorra todas las galerías de arte del mundo, todas las exposiciones, todos los museos, para encontrar una obra de arte que le complete. 
No sabe que aspecto puede tener, ni cuándo ni cómo lo encontrará, ni cómo sabrá que es <<la obra>> cuando se tope con ella; sólo sabe que la tiene que encontrar. 

Es una búsqueda apremiante. De modo que pasa por delante de cuadro tras cuadro, de escultura tras escultura, sin ver en realidad lo que tiene delante de los ojos. Está demasiado ocupado buscando <<la obra>>. 

Todos los cuadros ante los que pasa son en cierto modo ´menos´que la obra: menos bellos, menos mágicos, menos maravillosos. Todos ellos se convierten simplemente en un medio para lograr un fin; todos están, por una u otra razón, incompletos en comparación con la mística completitud de esa obra
única.

Y, por supuesto, nunca lo encuentra, porque eso único que busca, en forma manifiesta, no existe.

¿Dónde estaba eso único? Estaba en todos y cada uno de los cuadros ante los que pasó, que ignoró, que despreció en su búsqueda de ello. Ese algo único no estaba en un cuadro determinado...¡estaba en todos los cuadros! El Uno estaba oculto en los muchos!. El océano estaba en todas las olas, sin excepción.


Jeff Foster

(La Más Profunda Aceptación de Ediciones Sirio)



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