28 de junio de 2014

Vivimos en el mito de la libertad individual

                                                            

Hoy en día alma es sólo una palabra comodín. Insinúa más que señala, evoca más que detalla o designa. Carece de una definición conceptual precisa, aunque es posible rastrear su historia y los contenidos que trata de denominar a través de la filosofía y la teología. Intuitivamente nos llega como algo bueno porque lo asociamos con aquello que tiene corazón, porque refleja lo profundo, lo sutil, lo bondadoso, lo compasivo. Lo que nos hace humanos, hermanados en el amor y el dolor, en la fuerza y la fragilidad.

Al no describir nada con una clara precisión conceptual, alma actúa como símbolo o metáfora o reflejo. Palabras como gracia, sabiduría, orden, armonía, conciencia, proyecto supremo, amor o espiritualidad (que no necesariamente religión) se le asocian espontáneamente. Todo y todos quieren tener alma: desde la poesía a las grandes empresas, desde las instituciones y organizaciones del tipo que sea hasta las producciones culturales, sociales y políticas.

Sí, es popular hoy la palabra alma, complemento quizá imprescindible de un mundo feroz y competitivo, tan poco comunitario y seco, rayando en el extremismo, la glorificación y la fascinación de lo individual.

Nunca como ahora habíamos gozado (y al mismo tiempo sufrido) de sentirnos tan importantes como seres individuales. En las ricas sociedades modernas se desdibuja el sentido de lo colectivo y lo trascendente y las personas buscamos refugio en un sagrado norte autoreferencial: nuestro yo. Nos sentimos sin esfuerzo el centro del universo, y cuando las dificultades de la vida hacen acto de presencia tratamos de salvar el propio barco, el yo tan preciado, relegando a un lugar secundario el marco grande del nosotros y del destino común. Vivimos pues en el mito de la libertad individual.

Sin embargo, ¿no es cierto que aquello que habitualmente nos conmueve guarda relación con nuestros vínculos, con las personas que queremos, con lo que reside fuera de nosotros, con lo que logramos compartir, con lo que miramos y admiramos más allá de nuestra piel? ¿Acaso, en momentos cruciales, tal vez frente a reveses graves, pérdidas o enfermedades, no nos obliga la vida a sintonizarnos con sus propósitos misteriosos y a aceptarlos? La libertad y la voluntad individual quedan entonces en entredicho, en un mito bello, atrayente y juvenil que adolece de sentido real cuando se confronta, por ejemplo, con las fuerzas familiares o los caprichos del destino o los límites naturales de lo biológico.

En la experiencia de sentir y reconocer lo trascendente (literalmente lo que nos trasciende, lo que va más allá de nosotros mismos, lo que hace porosa y extensible nuestra piel) encontramos el tono del Alma. Y ante la grandeza de lo que no es yo y hace sinapsis con un tú o un él o un nosotros reconocemos su aroma. En el Alma, en su sentido profundo, quedamos vinculados y humildes.



Extracto del libro Vivir en el alma. Joan Garriga. Rigden Institut Gestalt, 2008



http://www.revistanamaste.com/vivimos-en-el-mito-de-la-libertad-individual/

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