30 de mayo de 2014

La vida reflejada en los muertos

Algunas respuestas al por qué los seres humanos gastamos tanta energía y atención velando los restos de nuestros fallecidos.

Una conferencia celebrada en la Universidad de Harvard intentó brindar algunas respuestas al por qué los seres humanos gastamos tanta energía y atención velando los restos de nuestros fallecidos. (Shutterstock*)


Cementerios, lápidas, cremaciones, ataúdes abiertos, epitafios. Cualquiera que sea la costumbre o religión, los seres humanos gastan mucha energía y atención velando por los muertos.

¿Por qué?

Esa fue la simple aunque transcendente pregunta con la que la audiencia tuvo que enfrentarse durante una conferencia organizada por el Instituto de Radcliffe para Estudios Avanzados de la Universidad de Harvard.

La respuesta no depende tanto de puntos de vistas religiosos o metafísicos, dijo Thomas W. Laqueur, docente de historia en la Universidad de California, sino de un conjunto básico de obligaciones éticas realizadas a lo largo de miles de años por incontables culturas.

La historia del por qué los occidentales velan por los muertos comienza con Diógenes el Cínico, quien vivió durante el siglo 4 a.C. Él dijo que los muertos

no deberían ser velados en absoluto y quería que su propio cuerpo fuera arrojado al otro lado de los muros y ser “ostentosamente devuelto a la naturaleza”. En la naturaleza, el cuerpo humano no es nada y no hace ninguna diferencia lo que hagamos con él, afirmaba.
                                                            
La Fábula de Diógenes, pintada en siglo 17, actualmente exhibida en el Museo del Prado. (Wikimedia Commons)

“Los argumentos de Diógenes han tenido muchos admiradores a través de los siglos, incluyendo, inverosímilmente, a San Agustín”, dijo Laqueur. “Pero su respuesta permaneció cultural y emocionalmente imposible".

De hecho, la historia de gran parte de la cultura y pensamiento humano puede escribirse como nuestra resistencia a Diógenes, dijo Laqueur, “no por nuestras creencias particulares sino por una idolatría primitiva -la necesidad de hacer que algo viva, de algo que sabemos que está muerto".

Sabemos que el cadáver es solo materia, ¿entonces por qué la respuesta de Diógenes es tan insatisfactoria? Un conjunto de respuestas dependen sobre la afirmación de que tenemos una aversión primitiva al muerto no velado, dijo Laqueur. En pocas palabras, el cadáver es algo peligroso.

Los clérigos del siglo 18 pensaban que “los muertos tienden a destruir la vida de otros”, dijo Laqueur. “El espíritu natural de la vida tiene aversión por el cadáver… por eso no puede sencillamente botarlo, pero debe de ser puesto cuidadosamente fuera de vista, a diferencia de los detritos del corral".

A principios del siglo 17, Hugo Grotius, padre del derecho moderno, concluyó que el negar un entierro era una justa causa para una guerra. “El derecho a un entierro es común en toda nación civilizada, y es evidencia de nuestra compasión, religión y humanidad común", escribió.

Después, el cuidado de los muertos se convirtió en un signo de cambio del hombre, del mundo de la naturaleza al mundo de cultura. El filósofo del siglo 20, Hans-Georg Gadamer, lo llamó “el fenómeno fundamental de ser un humano".

Pero no fue solo el rechazo al cuerpo muerto lo que llevó a la cultura occidental a cuidarlos apropiadamente. Fue también la inmensa necesidad del hombre que el ritual de entierro se cumpliera.

Viéndolo desde un lente antropológico, “Los muertos trabajan para los vivos”, dijo Laqueur. “Los muertos están muertos. Pero los necesitamos para hacer el trabajo que ellos hacen. Los necesitamos más de lo que nos necesitan".

Tenemos la necesidad primitiva de invertirle a un cuerpo sin vida un sinfín de significado, dijo Laqueur. "A través de los muertos, el pasado de la humanidad nos habla".

En 1809, el filósofo William Godwin escribió, “La magnitud de la muerte es la más grande de las calamidades terrenales... La pérdida es mayor para el que sigue vivo que para el que muere, no porque los muertos están cómodamente bajo la misericordia de Dios… sino porque los muertos no son más de lo que eran antes de haber nacido".

Pero hasta Godwin, que era lo más cercano a lo que un ateo podría ser a finales del siglo 18, trató de reducir la brecha entre los vivos y los muertos con atención al cuerpo material, dijo Laqueur.

“El cadáver es el gran recordatorio paradigmático establecido por el sistema del universo para nosotros, de que somos de naturaleza degradada y de orígenes humildes, que somos mortales, y que hay un abismo entre lo vivo y lo muerto. Arrojamos los cuerpos de regreso a la tierra como muestra de esta verdad, sin embargo el cadáver sigue siendo de manera extraña la persona que era, sólo falta lo que parece tan pequeño y a la vez tan grande, el aliento de vida, el rosáceo tú. El cadáver y la persona no están irreversiblemente separados".

Unir la brecha entre los vivos y los muertos, continuamente nos obliga a cuidar de ellos. Laqueur pone finalmente sus creencias en el campo del crítico de arte David Hickey, quien escribió, “Somos criaturas mortales que extrañamos a nuestros amigos muertos, y es por ello que podemos apreciar a tigres levitando y retratos de Rafael por lo que son: canciones de mortalidad cantadas por los prisioneros del tiempo".

“En gran parte, más allá de la metafísica, los cadáveres evocan una especie de magia”, dijo Laqueur. “Y desde mi perspectiva secular moderna, es una magia en la que podemos todavía creer".

Gran parte de la conferencia fue tomada del próximo libro de Thomas W. Laqueur, “El Mundo de los Muertos”, es una historia social sobre lo que hacía la gente del pasado con sus muertos como también una historia cultural sobre el significado de sus acciones y actitudes.

* Imagen de un funeral. Via Shutterstock.



Por Aaron Lester



http://www.lagranepoca.com/31825-vida-reflejada-muertos

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