26 de enero de 2014

Inteligencia y libertad



Una famosa ley hermética, recogida en el Kybalión, afirma que como es arriba, es abajo; el cielo como la tierra, el hombre como Dios. Fuimos hechos a su imagen y semejanza, y el universo que concebimos, también lo declara el Kybalión, es mental. Recordemos que Tales, en el mundo griego, presuponía algo parecido, esto es, una visión antropocéntrica por medio de la cual -basándose en este principio de semejanza entre el universo y los hombres- sería imposible no conocer un universo que está, a priori, contenido en nosotros. Es, por tanto, innegable, que el conocimiento del universo se debe a una ampliación de las fronteras mentales, a una mayor capacidad de comprensión de la realidad que, desde una física mecánica newtoniana es renovado el paradigma casi en su totalidad, por medio de la física cuántica, imprevisible y azarosa por definición, al menos hasta ahora. La ciencia, en general, ha tenido que renunciar a lo puramente objetivo, expresando su imposibilidad, desde el momento en que toda observación se torna subjetiva por el mero hecho de que el observador modifica el campo de lo observado. La subjetividad está servida y no puede desligarse del hecho científico.


La ciencia se enfrenta, con esto, a un reto aún mayor: el estudio de lo subjetivo. La física se convierte en metafísica, pues no podemos afirmar con

certeza la naturaleza constante de la materia; la luz puede ser onda o partícula. Y ante todo esto los filósofos, que han de atender a todo avance científico, pero sin negar la oportunidad de “filosofar” como método de aproximación a la verdad confiando en la luz de la inteligencia, tienen ante ellos una tarea decididamente ardua, pero inquietante y atractiva: buscar las cualidades que definen la esencia de la vida, para así aunar certezas en nuestras cosmovisiones. Entendamos que en nosotros, y en el universo, operan dos fuerzas o facultades definitorias: inteligencia y libertad. La primera, la inteligencia, establece el orden, el cosmos, el organismo y la vida que le circula. La segunda, la libertad, origina el movimiento natural, un movimiento que ha de ser metafísicamente libre. En esto último, la física cuántica, con su cualidad azarosa, siempre caminando en la incertidumbre, estructura esta libertad sin estructura.


Bajando del universo a la tierra, de las estrellas y de las partículas y ondas de luz al hombre, ese espejo del cosmos que mira atónito su propio reflejo allí, más allá de las nubes, hemos de definirlo también con estas dos características apuntadas. La inteligencia, que está en todas las cosas, pues todas las cosas son por ellas mismas un resultado inteligente, un brillo de vida creada, una luz ideada. La libertad, causa o resultado de lo anterior, permitiendo la expresión espontánea y siempre original, en cada individuo, objeto, elemento, en definitiva, de la naturaleza. La inteligencia porta la luz, la libertad señala el camino. Ambas van unidas, en cooperación integrada, permitiendo que todo, como el agua del río, siga su curso. Y, aunque toda luz conlleva una sombra, en este mundo de dualidades, es inevitable presentir en ocasiones el fracaso de la inteligencia y la libertad: en las guerras, en el egoísmo desmesurado de un ser humano esclavizado por un capitalismo salvaje, en la falta de cooperación entre nuestra propia especie para desarrollarnos de una manera equilibrada y más natural. Sin duda, no se puede obviar esta realidad, esta otra cara de una misma moneda, esa sombra necesaria para identificar la luz. En el cielo, iluminado por el sol en el día, la claridad esconde el misterio infinito de otras luces profundas que sólo la noche nos permite ver: la luz de los astros, de la Vía Láctea, de las constelaciones, de la luna, de los abismos con que convive el hombre desde la distancia, pero respirándolos desde el corazón, sintiendo el universo, en fin, desde dentro. Y algo nos lleva a deducir, tal vez desde la honda intuición, desde el presentimiento avivado, que lo que somos es inabordable, inexpresable, pero colmado de infinitas certezas que, como el amor, revolotean entre misterios y fragancias más allá del tiempo. Permitamos que la creación se cree a sí misma y seamos testigos de su libertad y de su inteligencia sin límites. Porque comprender esto, es comprenderse a uno mismo.


Diario La Verdad, 10-02-2013


http://lashorasylossiglos.blogspot.com.ar/2013/02/inteligencia-y-libertad.html

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